jueves, 26 de marzo de 2009

la abuela y el tiempo

(6)

Paredes de barro, techo de paja
descalza, nativa, madre, agua.
al almuerzo el buen amigo iría
las moscas al pan,
a la inmóvil tarde
el sol de la siesta horizontal.

Condenada a recordar el extremo opuesto de tu vida,
el helecho de amor regado,
el fósforo que encendiera la vela,
el domingo de tardecita en canciones…

Traída de vuelta de la rueda del tiempo en andas,
y arrastrada al fin a sonreír con amargura
en el servil acto de preparar la mesa.

Desde siempre lavandera infatigable,
novia eterna y destemplada siempre
y siempre lavandera y novia destemplada.


El olor perdurable de tu jardín me acompaña
tu bendita hija me acompaña y de su semblante que es el tuyo veo y recibo
el puro y continuo alimento de la estirpe.

Repitiendo el error en forma piramidal voy cayendo, lo sé, anónimo eslabón de una cadena anónima.
Tanto tiempo bajo el suelo han pasado tus hermanos que ya ni sus sombras se ven,
tanto tiempo bajo el suelo…
Tantas heladas han caído sobre vos que tu pelo debió de tomar el color del frío,
tantas heladas han caído…

Tal vez fue una tranquila noche de verano en entre ríos jugando
soberana en el reino de tu patio intemporal
sobre el alma azul de la niña que eras
que alguien dejó caer la maldición
De diez generaciones ciegas
Y de ciento cincuenta años de soledad…


“La abuela y el tiempo”.

miércoles, 25 de marzo de 2009

"final dos"

(11)

Solo en medio de la habitación vacía de muebles,
no más que una mesa de luz a su lado.
tirado boca arriba, sintiendo los talones y la nuca contra el suelo, salvajemente empujado por la gravedad hacia el centro de la tierra, dilatadas las pupilas, reseca la saliva en las comisuras de los labios…

De este modo espera su llegada. La llegada de la sombra temida, sombra que para el, bajo las circunstancias, no representa otra cosa que un tramite.

El, es Mario Jiménez, un actor de teatro cuya carrera se encuentra en un momento inmejorable.
Sin embargo ahora, tirado sobre su propio peso, sin otro signo vital que el de una respiración que casi no está, se pregunta de qué le sirve todo lo que lo rodea, sabiendo que ya es tarde.
-Nada-, se responde el mismo, -me importa un carajo esta farsa, todo es mentira.-
Interrumpe el dialogo con sigo mismo, la aparición del espectro, el momento llegó. la observa con desdén, se sabe capaz de vencerla, (ya lo hizo alguna vez, noches atrás).
En lugar de resignarse ante la presencia, grita, insulta y hasta se traba en lucha con el espectro.Ruedan por el piso, y cuando ya toma el control de la situación, nota sin sorpresa que la sombra empieza a desvanecerse entre sus manos, hasta desaparecer en un aullido.


Cae el telón

La lluvia de aplausos se parece mucho a la de ayer, a la de anteayer.
No lo conmueve en absoluto, solo quiere cambiarse de ropa y llegar a su casa.
La gente se agolpa en torno al actor, todos quieren cruzar unas palabras con el, pedirle una foto, hablarle de un hijo que al parecer -si bien, es muy tímido el nene, tiene muchas condiciones actorales-, pero la cabeza de Mario está invadida por un ruido blanco, por un hastío irreparable y sobre todo, por una ausencia…

-Bueno Mario, ¡otra gran noche, la gente aplaudió de pie! Vamos a comer algo con los muchachos para seguir los festejos-
-Me parece que hoy paso, mandale un abrazo a todos de mi parte-
-Pero Marito, qué te pasa, todos te esperan a vos, ya sabes como funciona todo esto-
-Justamente, porque sé como funciona es que prefiero quedarme en casa.
No se si a alguien le importa, no se siquiera si a vos te puede importar, pero ella ya no está conmigo. Hablamos por teléfono hoy, le dije que la amaba, la invite a la función,le propuse tener un encuentro, hablar un poco, mirarnos a la cara, y terminar como siempre, durmiendo juntos(esto último solo lo pensé).
Pero esta vez dijo basta, me dijo también que estaba con un tipo, y por ultimo me pidió encarecidamente que desaparezca de una vez para todas.
Ese fue nuestro dialogo, monologo en realidad, yo solo la escuché en silencio, esperé que terminara y corté.
Ahora yo te pido a vos que me dejes tranquilo, y que te abstengas de cualquier tipo de sugerencia o consejo. Andá tranquilo, yo me voy a casa.

El viaje de regreso fue turbulento.
Acaso fue la inercia la que lo condujo en forma correcta por la calle.
El ruido blanco se había apoderado de la totalidad de su mente, reemplazando a todo pensamiento.
Solo hizo uso de razón para indicarle la dirección al taxista, quien después de la tercera vez de preguntar ¿a donde vamos, maestro?, se empezaba a impacientar.

-déjeme en la estación Flores-
-A sus órdenes- respondió, reconfortado al comprobar que su pasajero estaba relativamente lúcido.
En vano el conductor intentó entablar algún tipo de dialogo-¿cómo estuvo la función, mucha gente? ¿Tá fresco no?
Cada posible camino propuesto moría en una repuesta monosilábica, cuando no en un balbuceo ininteligible-
Desengañado el taxista, se dedicó a conducir dedicándole cada tanto una mirada de recelo a través del espejo retrovisor.

Caminando hacia su departamento, Mario sentía que algo se había escapado de el…
Ya en la habitación su entendimiento de la realidad estaba atravesado por un vidrio empañado que deformaba todas las cosas.

Fue entonces que abrió el cajón y allí estaban, pequeñas, redondas, expectantes.
Las tomo una por una, sin pensarlo, sin saber, sin sentir.

El afuera le llegaba mediante modificaciones de luz, tamaños irreales, difusos, el apenas perceptible sonido de los autos ahora destrozaba sus oídos.
Las pastillas comenzaban a hacer su trabajo.

Un grito ahogado devino en llanto,
ya era tarde.
La habitación se llenó de cuerpos intangibles, en vano estiró su mano varias veces para alcanzarlos. Las alucinaciones provocadas por el veneno
se suceden una detrás de otra, y hasta se superponen haciéndose insoportables para el cerebro.
Ahora el lugar está sobrevolado por avispas de tamaños exagerados, ciegas y obstinadas se incrustan una y otra vez contra los vidrios de las ventanas.
En ese instante una brutal incisión le desgarra el estomago, el veneno ya está en la sangre.





Solo, en medio de la habitación vacía de muebles, no más que una mesa de luz a su lado, tirado boca arriba, sintiendo los talones y la nuca contra el suelo, salvajemente empujado por la gravedad hacia el centro de la tierra, dilatadas las pupilas, reseca la saliva en las comisuras de los labios…

De este modo se vuelven a encontrar, ella se dirige hacia el, la ve acercarse arrastrándose por el piso, pero esta vez no está dispuesto a luchar, esta vez se entrega mansamente, esta vez nadie aplaudirá.


“final dos”















lunes, 23 de marzo de 2009

"Entrada"

Al tiempo que el minúsculo uno o nosotros reconoce en si las preguntas
con que el sonido nos desvela,
o la imagen nos acumula en los montoncitos del vidrio,
este uno o nosotros o ellos hecha la boca al cielo,
al recuerdo, al marchitar de las cosas.
A su antónimo, que no es otro que contemplar
el asombro en la devolución de todo, y ojo en mano,
como quien dice este que se es y este que no somos,
se despliega en las dimensiones misteriosas del misterio,
anuncia un panfleto absurdo como lo es el, o yo, o uno mismo,
y a contramano de la noche, un el o yo o todos en la ridícula mirada de nosotros también.
De este modo acá se avanza y se retrocede en el esclarecimiento de lo oculto.
Con la condición de lo nombrable y lo visible, y su negación, claro está,
cual vidrio errante, revelando y celebrando feliz en nosotros o en su monstruosa condición.

Eduardo Herrera.









(1)

El instinto es infalible, si nos induce a error, deja de ser instinto


Imaginemos por dos momentos la improbable historia
demorando unos instantes a la parte viva del lenguaje,
no es urgente ni racional, lejos de eso está.
Atrapamos las ideas turbias, no tienen cuerpo ni fondo
ni lado derecho, difícil hacerse de ellas.

Solo vemos un diminuto espejo quemándose al fondo de la habitación,
no se puede hacer gran cosa.
Pero si el ojo se despabila, o si nos miente con dulzura,
ahí está el espejo agazapado como un león, abriendo sus fauces a la espera del momento oportuno para atacar,
para emborracharse deglutiendo maquinalmente todo cuerpo que quede enmarcado dentro de si.
Apenas brilla el espejo, y duerme en un rincón, -conviene a la historia suponer que alguien lo descolgó,
que alguien quiso eludirlo,
que alguien debió aprender a convivir con el-.

Sería mezquino pensar que es solo un espejo, ya que su aspecto ordinario es sin duda una fachada, una mascara debajo la cual sonríe o hace gestos de burla.
Desde donde me encuentro sentado no logro definir con nitidez las imágenes que refleja, solo las adivino.

Su malicia consiste, según creo, en devolver imágenes levemente modificadas, sombras que no deberían estar, un cuadro en la pared que aparece invertido, una mueca en los rostros que no está…
El espejo-trampa no provoca grandes calamidades, solo usurpa al hombre que en el se ve reflejado una parte sustancial de la versión original.
Tiene ciertamente la naturaleza de un abismo, pero a su vez creo percibir en su cuerpo plomizo una sencillez contradictoria, que me devuelve otra vez a la primera impresión tristemente objetiva, no hay vuelta atrás.


Ceremonia que se realiza dentro del laberinto en el que ocupo solo una parcela, se me expulsa en un solo movimiento y estoy fuera.
Ya los cuadros se enterezan, ya las sombras se tornan fieles y sumisas, ya se amarra verosímil el hombre a su reflejo.
Entonces nada queda por hacer, cerrar los ojos traerá tal vez un alivio, un discurso coherente podría ayudar, o el rumor de otro relato ocupará con suerte el vacío reinante.


“El espejo”