Al tiempo que el minúsculo uno o nosotros reconoce en si las preguntas
con que el sonido nos desvela,
o la imagen nos acumula en los montoncitos del vidrio,
este uno o nosotros o ellos hecha la boca al cielo,
al recuerdo, al marchitar de las cosas.
A su antónimo, que no es otro que contemplar
el asombro en la devolución de todo, y ojo en mano,
como quien dice este que se es y este que no somos,
se despliega en las dimensiones misteriosas del misterio,
anuncia un panfleto absurdo como lo es el, o yo, o uno mismo,
y a contramano de la noche, un el o yo o todos en la ridícula mirada de nosotros también.
De este modo acá se avanza y se retrocede en el esclarecimiento de lo oculto.
Con la condición de lo nombrable y lo visible, y su negación, claro está,
cual vidrio errante, revelando y celebrando feliz en nosotros o en su monstruosa condición.
Eduardo Herrera.
(1)
“El instinto es infalible, si nos induce a error, deja de ser instinto”

Imaginemos por dos momentos la improbable historia
demorando unos instantes a la parte viva del lenguaje,
no es urgente ni racional, lejos de eso está.
Atrapamos las ideas turbias, no tienen cuerpo ni fondo
ni lado derecho, difícil hacerse de ellas.
Solo vemos un diminuto espejo quemándose al fondo de la habitación,
no se puede hacer gran cosa.
Pero si el ojo se despabila, o si nos miente con dulzura,
ahí está el espejo agazapado como un león, abriendo sus fauces a la espera del momento oportuno para atacar,
para emborracharse deglutiendo maquinalmente todo cuerpo que quede enmarcado dentro de si.
Apenas brilla el espejo, y duerme en un rincón, -conviene a la historia suponer que alguien lo descolgó,
que alguien quiso eludirlo,
que alguien debió aprender a convivir con el-.
Sería mezquino pensar que es solo un espejo, ya que su aspecto ordinario es sin duda una fachada, una mascara debajo la cual sonríe o hace gestos de burla.
Desde donde me encuentro sentado no logro definir con nitidez las imágenes que refleja, solo las adivino.
Su malicia consiste, según creo, en devolver imágenes levemente modificadas, sombras que no deberían estar, un cuadro en la pared que aparece invertido, una mueca en los rostros que no está…
El espejo-trampa no provoca grandes calamidades, solo usurpa al hombre que en el se ve reflejado una parte sustancial de la versión original.
Tiene ciertamente la naturaleza de un abismo, pero a su vez creo percibir en su cuerpo plomizo una sencillez contradictoria, que me devuelve otra vez a la primera impresión tristemente objetiva, no hay vuelta atrás.
Ceremonia que se realiza dentro del laberinto en el que ocupo solo una parcela, se me expulsa en un solo movimiento y estoy fuera.
Ya los cuadros se enterezan, ya las sombras se tornan fieles y sumisas, ya se amarra verosímil el hombre a su reflejo.
Entonces nada queda por hacer, cerrar los ojos traerá tal vez un alivio, un discurso coherente podría ayudar, o el rumor de otro relato ocupará con suerte el vacío reinante.
“El espejo”
3 comentarios:
y ahora qué haré?
gracias por pasar, un abrazo
Salu Misterio.... a la espera de los hombres-atalaya... si bien llevan consigo el karma de contar el mundo... bien podrían cada tanto lavarse los pieses...
Publicar un comentario