Un testigo
Todo comenzó con el robo del auto de un vecino mío.
-Si señor, yo lo ví todo; efectivamente oficial, eran tres hombre armados; como le digo era un dodge verde oscuro, lamento no recordar el modelo señor, es que no soy muy ducho en materia de autos vio…
¿Quién hubiera dicho que esta frase “yo lo ví todo”, se volvería algo así cómo mi eslogan , y que la diría tantas veces y en circunstancias tan diversas?.
La cuestión es que aquel día, hace ya cosa de tres años, mi vida tuvo su punto de inflexión mas notable.
Tuve la fortuna de presenciar desde la ventana de mi habitación toda la secuencia del robo, e incluso tuve tiempo( y entereza de espíritu, vale decirlo), para anotar los primeros tres números de patente del coche que le cruzaron al cornudo de enfrente de casa. En cuestión de horas el coche estaba de vuelta con su dueño y en la morgue policial, el cuerpo de dos de los tres ladrones que esa mañana le habían afanado al doctor Pérez Mayo, -¡Gran trabajo de la fuerza publica!-.
-Lo felicito señor Gonzáles, gracias a usted hemos dado muerte a dos de los tres malvivientes, el tercero está detenido, y, lo mas importante, el automóvil está con su propietario- Me dijo el comisario.
-Para servirlo oficial, uno hace lo que puede vio-dije, llevándome los dedos a la sien derecha.
-¡Mi buen vecino, con gente como usted este país va pal frente mi viejo! Tenga, es lo menos que puedo ofrecerle- me dijo el doctor Pérez Mayo alcanzándome un billete.
Diecisiete años llevaba yo en el barrio y el buen doctor nunca me había dirigido un saludo, tanto menos la palabra, -¡gordo puto y cornudo, ahora te haces el sensible!- estuve tentado de decirle, pero sus cincuenta pesos, sumados a la pequeña gloria que me envolvía, me tenían buenazo, y eran razones suficientes para empezar a desear más incidentes de los cuales ser testigo.
-Gracias doctor, uno hace lo que puede vio-
Entonces me dispuse a esperar nuevos latrocinios, nuevas calamidades ajenas de las cuales tener detalles para luego recibir mi recompensa, económica o afectiva, no me importaba.
Pero claro, estos tardaban en llegar, y si algo ocurría , yo no tenía la suerte de estar presente para atestiguar.
Pasaron algunos meses y ni noticias de algún hecho violento, ni siquiera un hurto, una pelea, nada nuevo en el barrio. El doctor Pérez mayo dejó de saludarme allá como a las tres semanas del hecho. ¡Gordo puto, cornudo! Le grité un día doblando una esquina, pero me vio y tuve que salir rajando. Decidí mudarme a otro barrio, la despedida fue dolorosa, (fueron diecisiete años allí), pero necesitaba mayor movimiento. Para eso elegí un barrio tremendamente violento del conurbano. Según fuentes confiables, al kiosquero de la esquina de mi nueva casa le habían afanado 15 veces en una semana. –¡ah la pelota, es perfecto!-, me dije.
Al principio tuve la enorme fortuna de poder ver desde mi nueva atalaya ubicada en el altillo de la casa, una media docena de incidentes de diversa índole que se enumeran de este modo: tres choreos a mano armada, un caso de maltrato familiar en el que un hombre aporreaba a su media naranja diariamente, un choque múltiple provocado por un ciclista y un intento de abuso sexual( casualmente protagonizado por el mismo tipo que maltrataba a su mujer).
Seis veces me preguntaron los policías que me veían husmeando,
¿ usted, vio algo? Y seis veces me oyeron responder- si señor, yo lo vi todo-
Por cada uno de los casos recibí alguna retribución, dinero, elogios, ovaciones y hasta un agasajo en casa del kiosquero, quien me invitó a cenar por haber delatado a sus tan devotos ladrones.
Después empezó a escasear, no el delito en general, sino el que se podía verificar desde mi ventana. Claro, no podía pretender que todo ocurriera frente a mi casa. Entonces me empecé a esconder en la copa de los árboles. Pasaba días enteros allí arriba, con un cuaderno y un lápiz, al acecho de algún embrollo digno de ser atestiguado.
Un problema enorme tuvo lugar cuando quien empezó a padecer la violencia del barrio fui yo. Varias veces los patoteros del barrio me agarraron bajando de algún árbol y así como estaba me despojaron de mis pertenencias (no saben lo indefenso que está un hombre al querer bajar de un árbol). No podía ser testigo de los delitos que sufría contra mi persona, así que tras la tercera vez que me robaron me di cuenta de que algo debía hacer.
La decisión fue delicada, pero tuve el valor de tomarla.
Decidí mudarme a un lugar mas tranquilo, en barrio norte, y ser allí
al mismo tiempo delincuente y testigo. ¡Si señora, si señor!, provocaba los hechos cuyos detalles luego narraba con exactitud extraordinaria a los empleados públicos.
Me encargaba, eso si, de tareas menores; pillajes, depredaciones, raterías en general. Para esto usaba un pasamontañas negro, y luego de cometido el delito, me iba por una esquina y aparecía por la otra ya sin pasamontañas, para sumarme a la turba iracunda que vociferaba en contra de la inseguridad, y de paso salir de testigo.
Esto duró un tiempo, y fue hermoso. Pero supe que las ovaciones que genera ser testigo de delitos menores son también ovaciones menores y ya no me alcanzó con robarle la cartera a una pobre vieja, o sacarle la bicicleta a algún pibe del barrio, necesitaba algo mas sustancial, mi hambre de gloria pedía ser saciado.
Así fue como me agarraron robando el coche del vecino de enfrente, (siempre tuve conflictos con los vecinos de enfrente), tuve un pequeño tiroteo con la fuerza publica, y al final me redujeron…
Cuando los policías me quitaron el pasamontañas, ya esposado y en el suelo, fue el mismo dueño del coche quién me reconoció -¡Es el boludo de enfrente!- le dijo a su esposa señalándome.-Buenas noches vecino-, le dije desde el suelo.
(Siempre me pregunté si este hombre no sería un testigo profesional como yo)
Ahora que estoy preso, soy el delator de la policía acá adentro. ¿Qué mas puedo pedir?, los guarda cárceles me respetan, me mantiene el estado, y los internos me tienen cierto aprecio, (salvo el de enfrente a mi celda que me mira medio mal).
Ando tranquilo por acá, y cuando hay un conflicto en el pabellón, si algún oficial me pregunta ¿González, usted vio algo? Yo le respondo-Si señor, yo lo vi todo-
1 comentario:
La espera valió la pena cretino muy bien... yo gracias a Tata Dios frente a casa tengo una fábrica, sin rencores... estoy más que vago para escribir
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