miércoles, 29 de abril de 2009

Un testigo

Todo comenzó con el robo del auto de un vecino mío.
-Si señor, yo lo ví todo; efectivamente oficial, eran tres hombre armados; como le digo era un dodge verde oscuro, lamento no recordar el modelo señor, es que no soy muy ducho en materia de autos vio…

¿Quién hubiera dicho que esta frase “yo lo ví todo”, se volvería algo así cómo mi eslogan , y que la diría tantas veces y en circunstancias tan diversas?.
La cuestión es que aquel día, hace ya cosa de tres años, mi vida tuvo su punto de inflexión mas notable.
Tuve la fortuna de presenciar desde la ventana de mi habitación toda la secuencia del robo, e incluso tuve tiempo( y entereza de espíritu, vale decirlo), para anotar los primeros tres números de patente del coche que le cruzaron al cornudo de enfrente de casa. En cuestión de horas el coche estaba de vuelta con su dueño y en la morgue policial, el cuerpo de dos de los tres ladrones que esa mañana le habían afanado al doctor Pérez Mayo, -¡Gran trabajo de la fuerza publica!-.
-Lo felicito señor Gonzáles, gracias a usted hemos dado muerte a dos de los tres malvivientes, el tercero está detenido, y, lo mas importante, el automóvil está con su propietario- Me dijo el comisario.
-Para servirlo oficial, uno hace lo que puede vio-dije, llevándome los dedos a la sien derecha.
-¡Mi buen vecino, con gente como usted este país va pal frente mi viejo! Tenga, es lo menos que puedo ofrecerle- me dijo el doctor Pérez Mayo alcanzándome un billete.

Diecisiete años llevaba yo en el barrio y el buen doctor nunca me había dirigido un saludo, tanto menos la palabra, -¡gordo puto y cornudo, ahora te haces el sensible!- estuve tentado de decirle, pero sus cincuenta pesos, sumados a la pequeña gloria que me envolvía, me tenían buenazo, y eran razones suficientes para empezar a desear más incidentes de los cuales ser testigo.
-Gracias doctor, uno hace lo que puede vio-

Entonces me dispuse a esperar nuevos latrocinios, nuevas calamidades ajenas de las cuales tener detalles para luego recibir mi recompensa, económica o afectiva, no me importaba.
Pero claro, estos tardaban en llegar, y si algo ocurría , yo no tenía la suerte de estar presente para atestiguar.
Pasaron algunos meses y ni noticias de algún hecho violento, ni siquiera un hurto, una pelea, nada nuevo en el barrio. El doctor Pérez mayo dejó de saludarme allá como a las tres semanas del hecho. ¡Gordo puto, cornudo! Le grité un día doblando una esquina, pero me vio y tuve que salir rajando. Decidí mudarme a otro barrio, la despedida fue dolorosa, (fueron diecisiete años allí), pero necesitaba mayor movimiento. Para eso elegí un barrio tremendamente violento del conurbano. Según fuentes confiables, al kiosquero de la esquina de mi nueva casa le habían afanado 15 veces en una semana. –¡ah la pelota, es perfecto!-, me dije.

Al principio tuve la enorme fortuna de poder ver desde mi nueva atalaya ubicada en el altillo de la casa, una media docena de incidentes de diversa índole que se enumeran de este modo: tres choreos a mano armada, un caso de maltrato familiar en el que un hombre aporreaba a su media naranja diariamente, un choque múltiple provocado por un ciclista y un intento de abuso sexual( casualmente protagonizado por el mismo tipo que maltrataba a su mujer).


Seis veces me preguntaron los policías que me veían husmeando,
¿ usted, vio algo? Y seis veces me oyeron responder- si señor, yo lo vi todo-
Por cada uno de los casos recibí alguna retribución, dinero, elogios, ovaciones y hasta un agasajo en casa del kiosquero, quien me invitó a cenar por haber delatado a sus tan devotos ladrones.
Después empezó a escasear, no el delito en general, sino el que se podía verificar desde mi ventana. Claro, no podía pretender que todo ocurriera frente a mi casa. Entonces me empecé a esconder en la copa de los árboles. Pasaba días enteros allí arriba, con un cuaderno y un lápiz, al acecho de algún embrollo digno de ser atestiguado.
Un problema enorme tuvo lugar cuando quien empezó a padecer la violencia del barrio fui yo. Varias veces los patoteros del barrio me agarraron bajando de algún árbol y así como estaba me despojaron de mis pertenencias (no saben lo indefenso que está un hombre al querer bajar de un árbol). No podía ser testigo de los delitos que sufría contra mi persona, así que tras la tercera vez que me robaron me di cuenta de que algo debía hacer.
La decisión fue delicada, pero tuve el valor de tomarla.

Decidí mudarme a un lugar mas tranquilo, en barrio norte, y ser allí
al mismo tiempo delincuente y testigo. ¡Si señora, si señor!, provocaba los hechos cuyos detalles luego narraba con exactitud extraordinaria a los empleados públicos.
Me encargaba, eso si, de tareas menores; pillajes, depredaciones, raterías en general. Para esto usaba un pasamontañas negro, y luego de cometido el delito, me iba por una esquina y aparecía por la otra ya sin pasamontañas, para sumarme a la turba iracunda que vociferaba en contra de la inseguridad, y de paso salir de testigo.
Esto duró un tiempo, y fue hermoso. Pero supe que las ovaciones que genera ser testigo de delitos menores son también ovaciones menores y ya no me alcanzó con robarle la cartera a una pobre vieja, o sacarle la bicicleta a algún pibe del barrio, necesitaba algo mas sustancial, mi hambre de gloria pedía ser saciado.
Así fue como me agarraron robando el coche del vecino de enfrente, (siempre tuve conflictos con los vecinos de enfrente), tuve un pequeño tiroteo con la fuerza publica, y al final me redujeron…
Cuando los policías me quitaron el pasamontañas, ya esposado y en el suelo, fue el mismo dueño del coche quién me reconoció -¡Es el boludo de enfrente!- le dijo a su esposa señalándome.-Buenas noches vecino-, le dije desde el suelo.
(Siempre me pregunté si este hombre no sería un testigo profesional como yo)

Ahora que estoy preso, soy el delator de la policía acá adentro. ¿Qué mas puedo pedir?, los guarda cárceles me respetan, me mantiene el estado, y los internos me tienen cierto aprecio, (salvo el de enfrente a mi celda que me mira medio mal).
Ando tranquilo por acá, y cuando hay un conflicto en el pabellón, si algún oficial me pregunta ¿González, usted vio algo? Yo le respondo-Si señor, yo lo vi todo-










“periódicos”
¿Hacia donde corren las palabras que no deseamos oír?

De tanto ser un murmullo sus voces se van apagando
todo el tiempo vuelven,
pero ya no se oyen.
Son la causa
de que en los arrabales cotidianos de las almas
persevere la risa idiota, el repudio a la tristeza.
Las viejas voces que hemos olvidado
vuelven día tras día a la misma hora.
Todas esas palabras que alguien escribió
condenan ayer, nunca hoy.
Así como las caras sin cuerpo que se pasean
frente a nuestros ojos
nos cuentan sus verdades de cartón.
Debajo de un rostro apacible,
se va incrementando el odio
de adentro hacia afuera,
se incinera en un segundo,
estalla en los ojos
y vuelve a la calma
otra vez.
Van y vienen los mismos rostros dando vueltas,
y el devenir al fin de todos los instantes patéticos
de un día entero en el mundo,
no es más que una humorada de salón.
Es esta lucidez un puente tendido
entre la razón mezquina
de una maquina eficiente,
y la contemplación sonámbula
de los hombres que buscan
lejos de ellos mismos.
Allí está el error imperdonable
de querer ponerle letra al silencio,
de irse en el aire con cien sonidos fatales,
que finalmente,
se volverán oración sagrada

día
tras
día.

jueves, 2 de abril de 2009


De la carne y del hueso de mi amigo,
del hombre y sus dos manos extendidas
vi asomar un buen día
a los anhelos esporádicos y arbitrarios
del sueño.

Modulando enteramente a la vigilia
la materia de sus dedos se alzó al viento,
luz sin filtro en plenitud es ahora su voz.

Todo cuadra en su ventana elocuente,
el sonido trasciende al cuerpo
desarraigándose
y de este modo cristalizado en un momento
perdura sin quebrarse
girando eterno y eterno.

Dará a nosotros su pronunciación,
su norte y su pulso nos dará
y un trago de paz,
todo en un abrazo
enmascarado en la canción.

Desde el fondo de una flor
y dentro de ella late,
(corazón propio de vos)
lo que siempre transforma,
lo que busca siempre
solo en una paz certera,
que mira de lleno al sol.

“La flor”
Dedicado integramente a Eduardo herrera y su cancion. Quien no lo conozca y desee escucharlo puede hacerlo a traves de este link: Eduardo Herrera.

jueves, 26 de marzo de 2009

la abuela y el tiempo

(6)

Paredes de barro, techo de paja
descalza, nativa, madre, agua.
al almuerzo el buen amigo iría
las moscas al pan,
a la inmóvil tarde
el sol de la siesta horizontal.

Condenada a recordar el extremo opuesto de tu vida,
el helecho de amor regado,
el fósforo que encendiera la vela,
el domingo de tardecita en canciones…

Traída de vuelta de la rueda del tiempo en andas,
y arrastrada al fin a sonreír con amargura
en el servil acto de preparar la mesa.

Desde siempre lavandera infatigable,
novia eterna y destemplada siempre
y siempre lavandera y novia destemplada.


El olor perdurable de tu jardín me acompaña
tu bendita hija me acompaña y de su semblante que es el tuyo veo y recibo
el puro y continuo alimento de la estirpe.

Repitiendo el error en forma piramidal voy cayendo, lo sé, anónimo eslabón de una cadena anónima.
Tanto tiempo bajo el suelo han pasado tus hermanos que ya ni sus sombras se ven,
tanto tiempo bajo el suelo…
Tantas heladas han caído sobre vos que tu pelo debió de tomar el color del frío,
tantas heladas han caído…

Tal vez fue una tranquila noche de verano en entre ríos jugando
soberana en el reino de tu patio intemporal
sobre el alma azul de la niña que eras
que alguien dejó caer la maldición
De diez generaciones ciegas
Y de ciento cincuenta años de soledad…


“La abuela y el tiempo”.

miércoles, 25 de marzo de 2009

"final dos"

(11)

Solo en medio de la habitación vacía de muebles,
no más que una mesa de luz a su lado.
tirado boca arriba, sintiendo los talones y la nuca contra el suelo, salvajemente empujado por la gravedad hacia el centro de la tierra, dilatadas las pupilas, reseca la saliva en las comisuras de los labios…

De este modo espera su llegada. La llegada de la sombra temida, sombra que para el, bajo las circunstancias, no representa otra cosa que un tramite.

El, es Mario Jiménez, un actor de teatro cuya carrera se encuentra en un momento inmejorable.
Sin embargo ahora, tirado sobre su propio peso, sin otro signo vital que el de una respiración que casi no está, se pregunta de qué le sirve todo lo que lo rodea, sabiendo que ya es tarde.
-Nada-, se responde el mismo, -me importa un carajo esta farsa, todo es mentira.-
Interrumpe el dialogo con sigo mismo, la aparición del espectro, el momento llegó. la observa con desdén, se sabe capaz de vencerla, (ya lo hizo alguna vez, noches atrás).
En lugar de resignarse ante la presencia, grita, insulta y hasta se traba en lucha con el espectro.Ruedan por el piso, y cuando ya toma el control de la situación, nota sin sorpresa que la sombra empieza a desvanecerse entre sus manos, hasta desaparecer en un aullido.


Cae el telón

La lluvia de aplausos se parece mucho a la de ayer, a la de anteayer.
No lo conmueve en absoluto, solo quiere cambiarse de ropa y llegar a su casa.
La gente se agolpa en torno al actor, todos quieren cruzar unas palabras con el, pedirle una foto, hablarle de un hijo que al parecer -si bien, es muy tímido el nene, tiene muchas condiciones actorales-, pero la cabeza de Mario está invadida por un ruido blanco, por un hastío irreparable y sobre todo, por una ausencia…

-Bueno Mario, ¡otra gran noche, la gente aplaudió de pie! Vamos a comer algo con los muchachos para seguir los festejos-
-Me parece que hoy paso, mandale un abrazo a todos de mi parte-
-Pero Marito, qué te pasa, todos te esperan a vos, ya sabes como funciona todo esto-
-Justamente, porque sé como funciona es que prefiero quedarme en casa.
No se si a alguien le importa, no se siquiera si a vos te puede importar, pero ella ya no está conmigo. Hablamos por teléfono hoy, le dije que la amaba, la invite a la función,le propuse tener un encuentro, hablar un poco, mirarnos a la cara, y terminar como siempre, durmiendo juntos(esto último solo lo pensé).
Pero esta vez dijo basta, me dijo también que estaba con un tipo, y por ultimo me pidió encarecidamente que desaparezca de una vez para todas.
Ese fue nuestro dialogo, monologo en realidad, yo solo la escuché en silencio, esperé que terminara y corté.
Ahora yo te pido a vos que me dejes tranquilo, y que te abstengas de cualquier tipo de sugerencia o consejo. Andá tranquilo, yo me voy a casa.

El viaje de regreso fue turbulento.
Acaso fue la inercia la que lo condujo en forma correcta por la calle.
El ruido blanco se había apoderado de la totalidad de su mente, reemplazando a todo pensamiento.
Solo hizo uso de razón para indicarle la dirección al taxista, quien después de la tercera vez de preguntar ¿a donde vamos, maestro?, se empezaba a impacientar.

-déjeme en la estación Flores-
-A sus órdenes- respondió, reconfortado al comprobar que su pasajero estaba relativamente lúcido.
En vano el conductor intentó entablar algún tipo de dialogo-¿cómo estuvo la función, mucha gente? ¿Tá fresco no?
Cada posible camino propuesto moría en una repuesta monosilábica, cuando no en un balbuceo ininteligible-
Desengañado el taxista, se dedicó a conducir dedicándole cada tanto una mirada de recelo a través del espejo retrovisor.

Caminando hacia su departamento, Mario sentía que algo se había escapado de el…
Ya en la habitación su entendimiento de la realidad estaba atravesado por un vidrio empañado que deformaba todas las cosas.

Fue entonces que abrió el cajón y allí estaban, pequeñas, redondas, expectantes.
Las tomo una por una, sin pensarlo, sin saber, sin sentir.

El afuera le llegaba mediante modificaciones de luz, tamaños irreales, difusos, el apenas perceptible sonido de los autos ahora destrozaba sus oídos.
Las pastillas comenzaban a hacer su trabajo.

Un grito ahogado devino en llanto,
ya era tarde.
La habitación se llenó de cuerpos intangibles, en vano estiró su mano varias veces para alcanzarlos. Las alucinaciones provocadas por el veneno
se suceden una detrás de otra, y hasta se superponen haciéndose insoportables para el cerebro.
Ahora el lugar está sobrevolado por avispas de tamaños exagerados, ciegas y obstinadas se incrustan una y otra vez contra los vidrios de las ventanas.
En ese instante una brutal incisión le desgarra el estomago, el veneno ya está en la sangre.





Solo, en medio de la habitación vacía de muebles, no más que una mesa de luz a su lado, tirado boca arriba, sintiendo los talones y la nuca contra el suelo, salvajemente empujado por la gravedad hacia el centro de la tierra, dilatadas las pupilas, reseca la saliva en las comisuras de los labios…

De este modo se vuelven a encontrar, ella se dirige hacia el, la ve acercarse arrastrándose por el piso, pero esta vez no está dispuesto a luchar, esta vez se entrega mansamente, esta vez nadie aplaudirá.


“final dos”















lunes, 23 de marzo de 2009

"Entrada"

Al tiempo que el minúsculo uno o nosotros reconoce en si las preguntas
con que el sonido nos desvela,
o la imagen nos acumula en los montoncitos del vidrio,
este uno o nosotros o ellos hecha la boca al cielo,
al recuerdo, al marchitar de las cosas.
A su antónimo, que no es otro que contemplar
el asombro en la devolución de todo, y ojo en mano,
como quien dice este que se es y este que no somos,
se despliega en las dimensiones misteriosas del misterio,
anuncia un panfleto absurdo como lo es el, o yo, o uno mismo,
y a contramano de la noche, un el o yo o todos en la ridícula mirada de nosotros también.
De este modo acá se avanza y se retrocede en el esclarecimiento de lo oculto.
Con la condición de lo nombrable y lo visible, y su negación, claro está,
cual vidrio errante, revelando y celebrando feliz en nosotros o en su monstruosa condición.

Eduardo Herrera.









(1)

El instinto es infalible, si nos induce a error, deja de ser instinto


Imaginemos por dos momentos la improbable historia
demorando unos instantes a la parte viva del lenguaje,
no es urgente ni racional, lejos de eso está.
Atrapamos las ideas turbias, no tienen cuerpo ni fondo
ni lado derecho, difícil hacerse de ellas.

Solo vemos un diminuto espejo quemándose al fondo de la habitación,
no se puede hacer gran cosa.
Pero si el ojo se despabila, o si nos miente con dulzura,
ahí está el espejo agazapado como un león, abriendo sus fauces a la espera del momento oportuno para atacar,
para emborracharse deglutiendo maquinalmente todo cuerpo que quede enmarcado dentro de si.
Apenas brilla el espejo, y duerme en un rincón, -conviene a la historia suponer que alguien lo descolgó,
que alguien quiso eludirlo,
que alguien debió aprender a convivir con el-.

Sería mezquino pensar que es solo un espejo, ya que su aspecto ordinario es sin duda una fachada, una mascara debajo la cual sonríe o hace gestos de burla.
Desde donde me encuentro sentado no logro definir con nitidez las imágenes que refleja, solo las adivino.

Su malicia consiste, según creo, en devolver imágenes levemente modificadas, sombras que no deberían estar, un cuadro en la pared que aparece invertido, una mueca en los rostros que no está…
El espejo-trampa no provoca grandes calamidades, solo usurpa al hombre que en el se ve reflejado una parte sustancial de la versión original.
Tiene ciertamente la naturaleza de un abismo, pero a su vez creo percibir en su cuerpo plomizo una sencillez contradictoria, que me devuelve otra vez a la primera impresión tristemente objetiva, no hay vuelta atrás.


Ceremonia que se realiza dentro del laberinto en el que ocupo solo una parcela, se me expulsa en un solo movimiento y estoy fuera.
Ya los cuadros se enterezan, ya las sombras se tornan fieles y sumisas, ya se amarra verosímil el hombre a su reflejo.
Entonces nada queda por hacer, cerrar los ojos traerá tal vez un alivio, un discurso coherente podría ayudar, o el rumor de otro relato ocupará con suerte el vacío reinante.


“El espejo”